S

omos llamados por el Señor a participar en su obra creadora, prestando nuestro aporte al bien común a partir de las capacidades que recibimos.
Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás. Porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda.
Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme.
Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo»
(Christus Vivit, 253.254)