M
«
ientras un día Francisco imploraba la misericordia de Dios con más ardiente fervor, el Señor le aclaró que dentro de poco le revelaría lo que tenía que hacer. Desde aquel instante, se encontró tan lleno de alegría, que no pudo evitar manifestar al pueblo, aun sin quererlo, algún indicio de su secreto…» …» (FF. 1410)P
«
asaron unos días. Al pasar junto a la iglesia de San Damián, le vino la inspiración de entrar en ella. Fue allí y rezó fervorosamente ante la imagen del Crucifijo, que le habló con conmovedora bondad: “Francisco, ¿no ves que mi iglesia se está cayendo? Ve, pues, y devuélvemela”. Tembloroso y asombrado, el joven respondió: “Lo haré con gusto, Señor”. Pero había entendido mal: pensaba que se trataba de aquella iglesia que, por su antigüedad, amenazaba ruina inminente. Ante aquellas palabras de Cristo se sintió inmensamente feliz y radiante, sintió en su alma que era realmente el Crucificado quien le había dado el mensaje…» (FF.1411)I
C
lara, discípula fiel, la que mejor que nadie supo captar y comprender el corazón de Francisco, le siguió y encerrada en el monasterio de San Damián, con sus hermanas, vivió «aquella altísima pobreza» que Francisco les había legado, perseverando hasta el final.».